El Cuarto voto

14.04.2014 12:34

Día de la Encarnación: El Quinto Voto

“Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38)

                El día de la Encarnación celebramos y recordamos cómo María, una niña de apenas 12 años de Nazaret, hace posible que Dios pueda intervenir de forma directa en la historia del ser humano. YHWH decide formar parte directamente de nuestra vida, caminar con nosotros, amar con nosotros, sufrir con nosotros y, sobre todo, hacer todo esto por nosotros. Pero el Dios del Mar Rojo, de los grandes prodigios del Antiguo Testamento, el Señor de los Señores que, según la concepción del pueblo judío, castiga a los malos y premia a los buenos, da un giro radical a su propia manera de manifestarse. Desde la eternidad esperó el momento propicio para mostrársenos como Él era realmente, un Padre que ama con corazón de Madre. Pero un Padre amoroso no impone nunca su voluntad, pide “licencia”, autorización. Desde el albor de la humanidad, Él mismo había ido preparando el corazón de María para este momento, pero nunca lo forzó o condicionó, sino que llegado el momento oportuno pidió su autorización para hacer realidad su plan de Salvación.

                Celebramos un sí, el de María, que es mucho más que una simple autorización, es un “Fiat” (hágase) incondicional, sin esperar nada a cambio; un voto de confianza plena en Aquel que le llama y le susurra al oído su voluntad de cambiar el destino del ser humano. María, capaz de concebir a Cristo antes en su corazón que en su seno, sonríe temerosa ante lo que se le pide, pero tras el temor inicial marcado de incertidumbre, viene la confianza plena en Quien le llama y se inclina ante ella para pedirle “permiso”.

                Así es Dios, una madre que sabe ver hasta lo más profundo de nuestro corazón sin tan siquiera hablar; un padre que busca hacer realidad la promesa hecha desde antiguo sin cambiar nuestra voluntad.

                El Evangelio de este día nos habla de muchas cosas, pero entre todas podríamos resaltar precisamente esta: LA VOLUNTAD

                Precisamente, la voluntad, se transforma en realidad cada día de la Encarnación en el  de las Hijas de la Caridad. No se trata, como en María, de un sí condicional o condicionado, ni una somera autorización. Es, de nuevo, un “FIAT”, un hágase en mí según tu voluntad. La entrega regenerada cada año desde la confianza y mirada puesta en Quien llama.

                “Muy pronto en la historia de la Compañía las Hermanas expresaron el deseo de ratificar su entrega total a Dios por medio de los votos, fuente de fortaleza, alianza que hunde sus raíces en el misterio de la Iglesia[1]

                Los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), se convirtieron desde el principio en pilar y fundamento de la vida de las Hijas de la Caridad. “¿Qué dice una Hija de la Caridad al hacer el voto de pobreza, castidad y obediencia? Dice que renuncia al mundo, que desprecia todas sus hermosas promesas y que se entrega a Dios sin reserva alguna[2]” Los expresados por las hermanas son expresión profunda de un compromiso real y constatable, un compromiso que va más allá del simple “sí”, es un verdadero y profundo “hágase” que se traduce en su vida de entrega y compromiso. No se trata pues de una oración aprendida o heredada, sino una realidad vivida y transformadora. Son votos «no religiosos», anuales, siempre renovables, según las Constituciones y Estatutos de la Hijas de la Caridad. Su “ser renovables”, es expresión máxima de un compromiso y entrega que crece cada instante en lo más profundo de su corazón. Es más, para que estos votos manifiesten su ser propio, las Hijas de la Caridad incluyen un cuarto voto: el servicio a los pobres. Para las Hijas de la Caridad, el servicio a Cristo en los pobres es un acto del amor –amor afectivo y efectivo– que constituye la trama de toda su vida y que es la expresión por excelencia del «estado de caridad». Se comprometen por un voto específico (C. 8b,c; C. 28) a servir a los pobres corporal y espiritualmente, según las Constituciones Estatutos. Por este voto, las Hermanas asumen toda forma de servicio, convencidas de que «cada uno de los gestos de la Hija de la Caridad está verdaderamente al servicio de los pobres, porque la Compañía entera les está consagrada y todo en ella ha sido concebido con tal fin[3]». La entrega a los pobres es así, expresión máxima de la vivencia de los consejos evangélicos y testimonio de vida real para con la llamada de Cristo. Su renovación temporal no es un mero compromiso temporal, sino una oportunidad de reflexión, de revivificación y de viveza de su significado. La entrega a Cristo que nos llama a todos y cada uno de nosotros, se materializa en ellas con su disponibilidad absoluta a la voluntad de Dios.

                Para nosotros, los que estamos cerca de ellas, ha de ser también testimonio constante y llamada a vivir nuestra propia vocación de Hijos de Dios. Su renovación es también la nuestra, su decir “Fiat” es recordarnos a nosotros, cada instante, la necesidad de nuestra disponibilidad a la llamada de Dios. No somos simples observadores, sino partícipes de esta realidad profunda. Su testimonio ha de ser para nosotros llamada a vivir los consejos evangélicos desde nuestro propio estado personal y, sobre todo, el servicio a los pobres al que somos convocados como hijos e hijas de Dios en el espíritu vicenciano. Los pobres de hoy no son solamente los escasos de bienes materiales, el concepto de pobreza es mucho más extensible y, en cada uno de nuestros ambientes, hemos de saber descubrirlos cada día. Nuestra misión de educadores dista mucho de ser simples profesores. No educamos solamente desde los libros, sino ante todo y sobre todo desde el encuentro personal con nuestros alumnos, amándoles cada día y entregándonos a ellos en los desvelos cotidianos. No somos “maestros y maestras” sin más, hemos de ser acompañantes en su proceso de desarrollo, tanto intelectual como espiritual y personal.

                Por eso, la celebración de la renovación del “Sí” de las hermanas, es para cada uno de nosotros un momento especial y privilegiado para hacer también nuestra propia renovación, nuestra entrega a la llamada de Dios en nuestra vida y vocación como educadores. La fórmula utilizada por las hermanas para hacer su renovación, es válida igualmente para cada uno de forma individual. Es una renovación que no hacemos ante ninguna autoridad humana, sino ante Aquel que es Señor de nuestra vida por elección propia y que conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Vivamos este momento, desde la libertad de ser y llamarnos Hijos de Dios, como una profesión personal, a la vez que como una constante oración por cada una de las hermanas que entrega su vida en un diario “sí” a Dios en los hermanos.

“En respuesta a la llamada de Cristo que me invita a seguirle y a ser testigo de su Caridad hacía los pobres, yo… renuevo las promesas de mi bautismo y hago voto a Dios, por un año, de castidad, pobreza y obediencia a mis Superiores legítimos, y de emplearme en el servicio corporal y espiritual de los pobres

verdaderos señores, en la Compañía de las Hijas de la Caridad conforme a nuestras Constituciones Estatutos. Concédeme, Señor, la gracia de la fidelidad, por tu Hijo Jesucristo crucificado y por la intercesión de la Virgen Inmaculada. Señor, en respuesta a tu llamada que me invita a seguir a Cristo y a ser testigo de su Caridad hacia los Pobres, yo… renuevo las promesas de mi bautismo y me doy a Ti en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Y según sus Constituciones Estatutos hago voto por un año de servir a los pobres y de vivir en castidad, pobreza y obediencia. Concédeme la gracia de la fidelidad, por tu Hijo Jesucristo crucificado y la intercesión de la Virgen Inmaculada[4]”.



[1] Constitución de la Hijas de la Caridad, c. 28

[2] San Vicente de Paúl

[3] Constitución de las Hijas de la Caridad, c.24

[4] Fórmula de renovación de los votos de las Hijas de la Caridad, Constituciones – estatuto 14