San Vicente de Paúl, el hombre del sentido crítico
“El sentido crítico es la actitud que nos mueve a buscar la verdad, cuestionar opiniones y situaciones viendo más allá de lo aparente y tomar decisiones fundamentadas y libres. Nos convierte en personas abiertas y trascendentes”.
Si tuviésemos que poner cara a estas palabras que definen el sentido crítico, sin duda, nuestra mente se iría en primer lugar al rostro humano y divino de Jesús de Nazaret. Y a través de él a todos aquellas personas que le han tenido como modelo a lo largo de la historia. Jesús de Nazaret, tanto considerado como Dios o como hombre, vive en su vida y actitudes esta búsqueda de la verdad por encima de todo, no se conforma con la verdad a medias o la verdad establecida, sino que todo su mensaje y persona están en función de la Verdad. Así, él mismo afirma: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). No podemos encontrar en toda su existencia humana ni una sola ocasión en la que se ampare en una mentira que busque el bien, que no existen y son una forma de autoengañar nuestra propia conciencia; o en una llamada “media verdad”. Poco le importan las consecuencias de sus palabras y actos si con ellos lo que prevalece en la Verdad. Esto no es algo teórico, sino que en diversas ocasiones lo demuestra, hasta tal punto que esta defensa de la Verdad será uno de los motivos principales que le lleven a la cruz. Ante la pregunta de Pilato “y ¿qué es la verdad? (Jn 18, 38), el propio Jesús calla, porque sabe que la verdad referida por el prefecto romano no es la Verdad con mayúsculas, sino más bien una verdad que busca el convencionalismo social y el contentar a todo el mundo para evitar problemas y revueltas; por eso es capaz de entregar al reo a la muerte aun sabiendo de su inocencia. La búsqueda de la verdad va más allá de cualquier canon establecido por lo “social”. La búsqueda de la verdad es la búsqueda de la no mentira. Solo es posible una Verdad que supera todo rol y todo parecido con la que defiende nuestra sociedad actual, en la que encontramos verdades a medias y mentiras disfrazadas de verdad. Lo social no es más que un canon establecido por aquellos que buscan llevar el control de las gentes y manipular lo claro y trasparente con lo oscuro y oculto. Claro ejemplo de ello son cuestiones como el aborto, la eutanasia, y un largo etcétera de atentados contra la vida. El rol social “moderno” pretende presentarlo como bueno, iluminando su maldad intrínseca con la luz de los derechos, obviando el derecho fundamental a la vida que está por encima de cualquier otro parangón. La injusticia es presentada como necesaria; la guerra como “preventiva”; el sufrimiento de los pueblos como consecuencia directa de sus acciones históricas; la discriminación, el racismo y la xenofobia como reducto de grupos radicales; el hambre y el subdesarrollo como una necesidad de emancipación de los pueblos. Pero pocos buscan inmiscuirse de forma directa y comprometedora con la erradicación de estos males, lo socialmente aceptado es la colaboración limosnera en la erradicación de estos problemas. Otros, en cambio, no se contentan con estas “limosnas”, sino que intentan vivir el estilo de vida de Jesús siendo protagonistas directos de las necesarias transformaciones. Vicente de Paúl, por ejemplo, no se contenta con dar de comer a los pobres. Busca las causas que inducen a la pobreza para luchar contra ellas de forma directa. Su implicación no es temporal o donativa, sino que es donación plena y entrega total. No puede pensar en las galeras sin poner rostro y nombre a cada uno de los galeotes con sus problemas y sufrimientos. Los pobres no son para él un número o un grupo, son individuos nominales tras los que hay una historia real y concreta, una historia que él intenta transformar en historia de salvación siguiendo la llamada de Aquel que ha convertido la suya en esa verdadera historia de salvación. Pero Vicente, como tantos otros, no hace lo que hace exclusivamente desde la lectura del Evangelio, sino que esta lectura le lleva a volcar sobre la realidad una mirada crítica que le impulsa a desterrar el conformismo local. Su sentido crítico emana del Evangelio y la búsqueda de la implantación del Reino de Dios en una sociedad impregnada por la mentira y la injusticia. Para ello necesita cuestionar lo establecido: ¿por qué? Esa es la pregunta. Oscar Romero dijo una vez: “si doy de comer a un pobre, dicen que soy un santo. Si pregunto por qué pasa hambre, me llaman revolucionario”. Ver la injusticia es fácil, preguntar por los motivos que la producen compromete de verdad a quien lo hace. ¿Dónde me encuentro yo?
El sentido crítico va unido a la necesidad del cuestionamiento, porque sin pregunta por el por qué, no puede haber auténtica búsqueda de la Verdad. A lo largo del Evangelio, observamos en muchas ocasiones como Jesús realiza milagros, pero es necesario caer en la cuenta de que antes de hacerlos, se interesa por la persona necesitada y por las causas que le han llevado a vivir esa situación de sufrimiento. Y tras la realización del acontecimiento milagroso, siempre hay una palabra de consuelo, de ánimo y de esperanza para el receptor. Sus milagros no son “milagritos mágicos”, sino catequesis sobre el significado del sufrimiento y pautas para su erradicación. Ante aquellos que le vienen a poner a prueba, como con los impuestos del César (Mc 12, 13-34), Jesús contesta poniendo en cuestión lo que ellos traen como verdadero, para hacerles desarrollar su sentido crítico y que puedan descubrir esa necesaria capacidad de la interrogación en la búsqueda de la Verdad. Él busca que podamos mirar mucho más allá de lo aparente, no quedarnos con lo externo o establecido. Lo importante no son las normas establecidas y lo acordado por unos pocos, lo importante es la persona en sí misma (Mc 2, 27)), en su realidad y en su camino vital y existencial. Poco importa a Jesús la condición o estatus de su interlocutor (Jn 4, 1-30), lo que a él le importa es el individuo, su interioridad y la potencialidad que hay en toda creatura de encontrarse con su creador. El Evangelio no es una convención, un acuerdo social o una norma de comportamiento sin más, el Evangelio es Camino, Verdad y Vida, porque el Evangelio es Cristo mismo. "Al servir a los Pobres se sirve a Jesucristo" C. IX, 252, afirma San Vicente; por lo tanto, si se sirve a Cristo en los pobres, es una necesidad servir a los pobres, a los pobres en dinero, en sentimientos, en corazón, en amor, en compañía, en discriminación, en soledad, a los pobres encerrados en la ceguera del convencionalismo social o la norma establecida, etc. Porque "¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura." CXII, 271
"No puede haber caridad si no va acompañada de justicia" C. II, 54. Es necesario tomar postura, actuar. No quedarse al margen de lo teórico mientras despreciamos al hermano. ¿Cómo puedes decir que amas a Dios si no amas a tu hermano? (1Jn 4, 20). Lo fácil es hablar de amor y de caridad, lo complicado es vivirlo cada día y en cada momento. Lo más normal es que nos salga espontáneo el juicio al otro, y no solo el juicio, sino también la condena. ¿Podemos entonces llamarnos hijos de Dios? ¿Seguidores de un Cristo que ama sin condiciones? (Jn 8, 1-12). “Para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo”, nos enseña san Vicente. ¿Vivo yo como Cristo? ¿Lo deseo al menos? Su llamada para “Hacer efectivo el evangelio”, requiere de valentía y decisión, pero sobre todo de apertura y transcendencia. Apertura a la llamada de Dios que guía nuestro camino y va delante de nosotros, que nos capacita y lleva junto a nosotros la cruz de cada día; y decisión para no quedarse en las medias tintas. El Evangelio no entiende de mediocridades vanas que solo sirven para tranquilizar la conciencia. El Evangelio entiende de decisión arriesgada y verdadera que compromete la vida en su totalidad.
Hemos sido dotados todos de unos dones específicos para ser puestos al servicio de los demás y la construcción del Reino de Dios. Esos dones nos han sido entregados para la salvación, no para la condenación; para atraer a Cristo, no para espantar. Si nuestra boca dice “Evangelio” y nuestros actos dicen “injusticia”, algo no anda bien en la casa de nuestra fe. La práctica de los dones son la respuesta a la llamada de Dios, pero cuidado: «Tengamos miedo, hermanos míos, tengamos mucho miedo de que Dios nos quite esta cosecha que nos ofrece; pues, cuando uno no usa sus gracias debidamente, él se las pasa a otros» (II,277). San Vicente no solo dice estas palabras, sino que las vive y teme, por eso pone todos sus dones al servicio de los demás y del Reino. Su entrega es, sin duda, cumplimiento de la voluntad del Dador. En una ocasión, cuando es informado de lo que de él se dice, contesta: «Que digan lo que quieran; yo nunca me justificaré más que con las obras» (III,209). ¿Puedo yo decir lo mismo? ¿Son mis obras testimonio de mi vida y de mi fe? ¿Muestro en ellas realmente a Cristo o sólo lo que los demás esperan de mí?
Sencillez “es la virtud que yo más amo,” nos dice San Vicente. “Yo la llamo mi Evangelio.” Evangelio que él llevo a la vida y nos transmite con su ejemplo hasta nuestros días. Si realmente queremos desarrollar nuestro sentido crítico, comencemos por ella como lema de nuestra acción. Lo que a ti te mueve, sólo se moverá contigo si es Cristo quien impulsa tu movimiento.
Señor Jesús, tu que quisiste hacerte pobre.
Haz que tengamos ojos y corazón para los pobres;
Y que te reconozcamos a Ti en ellos;
en su sed, en su hambre, en su soledad, y en su desventura.
Suscita en nuestra Familia Vicentina la unidad,
la sencillez, la humildad, y el fuego de la caridad que abrasó a San Vicente de Paúl.
Danos fortaleza para que fieles a la práctica de estas virtudes,
podamos contemplarte y servirte en la persona de los pobres,
y un día unirnos a Ti y a ellos en tu Reino.
AMEN